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  • UNHO

Por una educación transformadora


Prefacio de Nicole Diesbach

Instituto de Investigaciones Pedagógicas

Baja California.

Existe una gran diferencia entre ver y atre-ver-se. Podemos ver infinitas cosas, numerosos asuntos, cantidades de problemas, innumerables realidades que vivimos a la fuerza, sin querer, aun con lástima. Ver es darse cuenta de lo que hay, incluso, de lo que es, tomar conciencia de lo que no funciona en nuestro mundo, como la educación, que es lo que nos ocupa aquí. Ver tiene una connotación pasiva. ¿Cómo se sigue dando la educación? De la misma manera que hace siglos. La humanidad evoluciona, pero la educación queda fija. Los libros pueden ser nuevos, pero la forma y el contenido de la educación se han petrificado; la ciencia progresa, pero el conocimiento se queda atrás; el niño y el joven evolucionan, pero el profesor queda atado a su forma de enseñar. Todo el mundo puede ver eso, a pesar de que no todo el mundo lo ve. Ver tiene una connotación pasiva, pero es un acto superior a no ver. Sin embargo, ver no cambia nada. El acto de ver, diría Freire, no es comprometedor, uno queda espectador consciente o inconsciente. La marginalización “freiriana” de los pueblos pobres se puede transportar a la marginalización de todos los pueblos en relación a una educación para el siglo XXI, todavía en pañales, porque sólo vemos. Y ver , ver la pizarra, ver el libro, ver al profesor, ver la basura tirada, ver nuestros padres conformes, ver la ira de la gente, ver la inconformidad de todo el mundo, ver la TV, ver Internet, ver las mismas cosas sin descubrir, sin espíritu de curiosidad, sin jugar, sin cantar, sin bailar, sin reír, sin crear, nos ha llevado al mundo que tenemos hoy y a las relaciones que hemos tejido con las cosas, con los demás y con nosotros mismos. Es lo que hemos aprendido en la escuela desde siglos: ser espectador, ser repetidor, ser creyentes de lo que vemos, de lo que escuchamos, de lo que nos enseñan. Resultado: somos todos pasivos frente a un bellísimo mundo, a una riquísima naturaleza, a una espléndida humanidad que nos hemos acostumbrado a destruir día a día, de generación en generación. Y seguimos el mismo tipo de escuela, la que ha educado numerosas generaciones, y el mismo modo de enseñar, la que ha formado innumerables profesores. Sin cuestionar. Ver, para el Homo Sapiens ordinario, entra en la misma categoría que el no ver, porque todo queda igual, estático, sin movimiento, sin evolución. El modo de ver del Homo Sapiens es mirar, disecar, separar, analizar, gastar, desgastar, descomponer, deteriorar, acumular, envenenar, dividir, oponer, dominar, teorizar y dejar las cosas como están, echadas a perder. Para el Hombre de Transición hacia la nueva especie de la cual ya se habla, ver es atre-ver-se, es búsqueda continua, movimiento incesante, evolución sin término, es vida reverenciada, es descubrimiento de la totalidad, de la unidad, del holismo en cualquier aparente fragmento de la realidad bajo el orden implicado y desplegado, es aventura apasionada, es silencio frente a lo desconocido. ¿Hemos llegado a ver en nuestra escuela de hoy con los ojos nuevos del siglo XXI? ¿O seguimos la misma fórmula educativa que impide al niño o al joven tener ganas de ir a la escuela, de investigar en vez de memorizar, de cooperar en vez de competir, de crear en vez de repetir, de amar y abrazar en vez de pegar y criticar, de ser felices en vez de ser aburridos? La evolución es dar un paso en la conciencia. No basta ver, sino atreverse, es un ver en movimiento, es ir más allá de la constatación, es quitar los obstáculos y dejar fluir la vida que nos anima. Es lo que hace Claudio Naranjo: ve y se atreve. Este libro encierra no sólo un escrito, sino una vida de atrevimiento que prepara la nueva especie humana. Unos cuantos autores se han atrevido no sólo a hablar de la educación y de la conciencia, sino a enseñar y vivir una praxis, tales como en los años cincuenta Pierre Teilhard de Chardin, en los sesenta Paolo Freire, en los setenta Ivan Illich, Erich Fromm, Carl Rogers etcétera, a finales del siglo pasado y a principios de este milenio Claudio Naranjo, como también Edgar Morin para nuestro mundo occidental. No hay necesidad de ser maestros de profesión para ser maestros de los maestros. Se necesita vivir, ver y atreverse, o sea vivir en plenitud y contagiar al mundo. Lo que marca el ser en su marcha evolutiva dinámica, es su cuestionamiento y su búsqueda incesante de solución a los obstáculos que oscurecen el entendimiento e impiden el desarrollo de la conciencia superior. Es también su visión de la totalidad fuera de un cuadro mental estrecho y fijo. El atrevimiento de Claudio Naranjo, en su originalidad, es la búsqueda de esta educación dirigida a la totalidad de la persona, y no sólo –como la escuela lo ha hecho hasta el presente– una educación dirigida a la cabeza. La razón sola nos puede llevar a donde estamos hoy, a lo absurdo, a la posible destrucción total de nuestro planeta y de todo lo que vive. Rousseau ya había dicho en su tiempo respecto al hombre: “Quiero enseñarle a vivir”, y añadía: “Nuestro verdadero estudio es el de la condición humana”. Pocos todavía tenemos una visión global y esencial –es decir una visión humanista y supramental– de nuestro mundo, de nuestra realidad, así que pocos podemos educar bien. Mientras sigamos educando gente para manejar nuestras instituciones, tendremos robots sin conciencia y porvenir. Mientras los educadores y los educandos sean, y acepten ser, los objetos de una sociedad centrada en el rendimiento, la ganancia y lo superfluo, no habrá sujetos capaces de organizar instituciones adaptadas a las circunstancias cambiantes de nuestro mundo y al servicio real de las necesidades apremiantes y relevantes de sus habitantes, sólo se aprovechará de ellos. Pascal también se había ya dado cuenta de la desviación de la educación: “No se enseña a los hombres a ser razonables y se les enseña todo lo demás”. “¿Quién educará a los educadores?” se preguntaba Marx en una de sus tesis sobre Feuerbach. Contesta Edgar Morin: “Será una minoría de educadores, animados por la fe en la necesidad de reformar el pensamiento y regenerar la enseñanza. Serán unos educadores que tengan interiorizado ya en ellos el sentido de su misión”. Y aparece Claudio Naranjo, muy consciente del reto en la educación al llegar a este nuevo milenio del cual hemos soñado que será diferente, que todo cambiará. Sin embargo, nada se da automáticamente, o sea sin el despertar del mismo ser humano, sin la decisión y la puesta en práctica de su propio cambio. Es también lo que propone el autor desde hace años. Este libro es el fruto de su persistencia en poner el dedo sobre la llaga, tanto sobre la falla en la educación como sobre el remedio posible. Es uno de sus grandes méritos, porque muchos critican pero, en cambio, no aportan ideas. La creatividad de Naranjo nació al mismo tiempo que su aguda visión hacía los nocivos efectos de la educación en general. Nuestros gobiernos gastan mucho de nuestro dinero en arreglar los efectos de nuestras propias conductas, multiplican los policías, reforman los programas educativos, construyen carreteras para facilitar la producción y el comercio pero, curiosamente, no gastan en la búsqueda de las causas reales de muchos problemas que padecemos desde tantos años. Más aún, estos empeoran. No gastan los funcionarios para su propia preparación, y todavía menos para la de los profesores –claro, hablo de una educación apropiada, no de cursos rutinarios en vista a una reforma–, entonces siguen con una mentalidad de los siglos pasados, una apertura mínima de la conciencia y una visión estrecha, capaces sólo de repetir lo que está fijado en sus propios cuadros mentales. Claudio Naranjo se atreve a hablar de la irrelevancia de la educación, de su condición fosilizada, de su obsolescencia que “perpetúa nuestra inmadurez colectiva”, así como también del “cientificismo antiespiritual” que todavía reina en nuestra educación oficial. Es evidentemente normal que las cárceles, por ejemplo, tiendan a llenarse hasta cuatro veces por encima de sus posibilidades sin ninguna esperanza de salvar la vida integral de estos prisioneros. ¿Y los jóvenes encarcelados en nuestras escuelas? ¿Les salvaremos de nuestra maquinaria sin sentido? Claudio Naranjo subraya lo trágico de ver que entre las instituciones humanas, la educación es la que tendría que atender el desarrollo humano, sin embargo se puede constatar que “nuestro estancamiento psico-espiritual se ha tornado crítico”. Consecuencia: “nuestro subdesarrollo en materia de humanidad se expresa en un sin fin de disturbios”. Después de esta constatación, Naranjo invita, ni más ni menos, a la revolución –no el tipo de revolución que conocimos con sangre y sin resultado real–, sino sólo un desplazamiento del poder. Los nuevos revolucionarios están llamados a tener un alto nivel de conciencia, un conocimiento de sí mismos profundo y por ende de los demás, un silencio interior que permite la atención, la escucha, la percepción de la verdad, un continuo trabajo en el desmoronamiento del ego y un despertar de la conciencia con el reconocimiento de su ser espiritual. La educación es para el desarrollo humano integral, y no para formar seres dóciles, manejados, automatizados, sin visión futura, capaces sólo de manipular a los demás, producir, vender y contentarse con la pseudo-democracia. El autor nos dice maravillosamente que la educación promueve “la libre realización de nuestras potencialidades evolutivas y creativas” y añade sabiamente que este tipo de educación es “urgente para nuestra supervivencia colectiva”. En vez de desarrollar actitudes de atención, habilidad y afecto, empujados por nuestra neurosis colectiva aguda hemos inventado la “educación control”, subraya el autor, para así controlar la sociedad, y lo hemos aprendido tanto que también controlamos en la oficina, en la escuela, en casa a nuestro marido, mujer o hijos, etcétera. Nos encontramos lejos entonces de la educación al servicio de la liberación de cada uno. Naranjo llama el “contra-control” al hecho de educar para la libertad y la autonomía en orden de obtener auténticos individuos, y no robots o conformistas que evitan los problemas. Por eso, por razones fundamentales, después de haber dado su tiempo y experiencia a psicólogos y terapeutas, Naranjo elige dedicarse a educadores, maestros, profesores, que tienen un contacto privilegiado con la juventud. Nuestro mundo de mañana será a imagen y semejanza de ellos. La primera responsabilidad de ser en plenitud descansa sobre los hombros de los educadores, padres de familia y profesores. No pueden transmitir más de lo que tienen o son. En la medida de la evolución de la propia conciencia, nada puede impedirles su propia transformación a través de los medios más apropiados en existencia hoy. Es aquí donde Claudio Naranjo nos demuestra que él no es sólo un intelectual separado de la realidad, sino que pisa tierra. Ha creado, en especial, un seminario de diez días, o sea un conjunto de prácticas y disciplinas, que ha llamado SAT (Ser, en sánscrito), cuyo nombre revela tanto la finalidad como el propósito fundamental. Es suficiente, según él, este tiempo al año, repetido unos años más con elementos nuevos, para una real re-educación. La primera meta del SAT es el desmoronamiento del ego, el falso yo, o personalidad, construido desde la niñez para defenderse o protegerse de la anti-sabiduría de los progenitores. Después de un profundo auto-conocimiento, clave para un cambio sano, las siguientes metas del SAT son la re-educación interpersonal y el cultivo espiritual, el cual ayuda, según el autor, a “cambiar nuestro foco de lo externo a lo interno, de lo aparente a lo sutil”. ¿Cómo puede servir el SAT a los profesores? Naranjo lo expresa ampliamente en su libro: este seminario les permite tener mayor capacidad de acercamiento experiencial a la verdad, una comprensión de la condición humana y la habilidad de manejarse como persona frente a otras, es decir la capacidad de trabajar en el terreno fronterizo entre lo terapéutico y lo didáctico. Esta es una de las propuestas del autor para los educadores interesados en adquirir una forma de conocer mejor a sus alumnos, a sí mismos y a los seres humanos en general. La nueva educación une la pedagogía a lo terapéutico, y lo terapéutico a la espiritualidad. Naranjo se refiere al SAT como a una exploración pedagógica de la experiencia del Ser. Para Claudio Naranjo vivimos una crisis universal desde las finanzas hasta la ecología y la calidad de vida. Considera que es una crisis por escasez del amor y de la sabiduría, que nos llega por un descuido del desarrollo humano y que nos lleva a un suicidio colectivo ciego. ¿El remedio? Es entonces educativo, pedagógico y psico-terapeútico, con la meta de redescubrir nuestra propia fuente: el amor, la sabiduría y el Ser mismo, lo divino, recuperando la capacidad de “presencia” o de estar en el “aquí y ahora”. Es acercarse a la Conciencia Suprema a través de la conciencia misma, es decir, a través de una vivencia. Es la educación vivencial del ser. Saber que uno ES. Es llegar a ser, antes que llegar a un pensamiento correcto. Es callar el pensamiento: “Miramos con el ojo del ego en vez de mirar con el ojo de la sabiduría”, concluye el autor. Se trata de estar despierto al presente, de ver qué hay al fondo de uno mismo, de ver la esencia “invisible” de la realidad que está en el centro de todo, la verdad suprema. Frente a la inercia psico-espiritual de nuestras instituciones, dejando atrás el ego, Claudio Naranjo propone un trabajo en sí mismo para liberar nuestro ser esencial de la prisión de nuestra neurótica compulsividad condicionada, para liberar nuestra potencialidad interior, nuestro espíritu, que él llama “Flor en el árbol de nuestra vida”, junto al descubrimiento de la dimensión sagrada de simplemente Ser. Necesitamos diferenciar entre la naturaleza esencial del ser humano y nuestro actual modo de ser, producto del propio condicionamiento. Conviene que comprendamos a los maestros espirituales de diversas culturas acerca de la vía que puede llevarnos, a través del misterio de la vacuidad, “a la divina raíz de la conciencia”, dice el autor. Me hace pensar en Sri Aurobindo, un gran maestro de la India, que en sus escritos invita a los que desean tocar esta divina raíz a trabajar en ello, pero siempre empezando por una experiencia positiva y haciendo bajar primero la naturaleza divina, la calma, la luz, la ecuanimidad, la pureza, la fuerza divina en las partes conscientes de nuestro ser que deben cambiar. La nueva educación ha empezado ya en lo extraacadémico, la cuestión es: ¿lo excelente que se da fuera de lo académico se puede dar o se dará en la educación oficial? La respuesta dependerá de la calidad y cantidad de educadores que se re-eduquen en el mundo académico. ¿Cuál es la originalidad del autor en esta obra entre todos los otros que han escrito tanto sobre espiritualidad como sobre educación? A mi parecer, se distingue en cuanto a: 1. Su enorme cultura y fabulosa erudición, aunada a una visón amplia de la realidad a través de diversas culturas. Una de las marcas que permite percibir la evolución de un ser humano es el hecho de que no se queda en un cuadro mental estrecho que le impide VER el más allá y, al mismo tiempo, el más aquí, si se puede decir. El hecho de haber abrazado diversas disciplinas en las universidades pero sobre todo fuera de las universidades, permite a Claudio Naranjo tener un panorama amplio de diversas realidades. También el hecho de ser terapeuta le ha permitido ver las causas más profundas de las enfermedades no sólo del cuerpo, como médico, sino de la mente, de las emociones, de los sentimientos, en fin: de la conciencia misma, lo que le lleva a merecer, sin títulos ni diplomas, ser médico del alma, él que atiende el todo y no sólo las partes del ser, el sanador integral. 2. Su percepción aguda de la urgencia de cambios profundos en nuestro mundo y, por ende, en todos nosotros, sus habitantes, y sus acciones concretas al respecto, que llevan a una nueva conciencia. Este balance entre teoría y praxis es muy remarcable. Habla del inminente naufragio y de nuestra salvación, si sabemos nadar. Sólo la nueva conciencia es capaz de trasladarnos de “aquí” hacia “allá”, dice, desde el condicionamiento milenario y obsoleto que estamos padeciendo, hacia un nuevo orden mundial. Pone el dedo en la llaga subrayando las urgencias, tales como la atención ecológica y el desarrollo de la conciencia, y no sólo eso, proporciona una praxis, un método para no ahogarnos y aprender a nadar en nuevas aguas. 3. Su descubrimiento de la raíz de todos nuestros males: el patriarcado el cual, según él, es la raíz común de la mentalidad industrial, del capitalismo, de la explotación, la enajenación, la incapacidad de vivir en paz, el expolio de la tierra y muchos otros males. Cree el autor que es la esencia de nuestro macro-problema. El patriarcado ha hecho sufrir generaciones de seres humanos, tanto mujeres como hombres, ha engendrado el autoritarismo, dominio del principio paterno, y la conformidad, expresión de una mentalidad infantil obediente. Claudio Naranjo ha profundizado este tema en su libro: La agonía del Patriarcado. De la misma manera, el patriarcado ha engendrado religiones en donde Dios es sólo padre. El miedo natural al padre en nuestra cultura patriarcal engendra el mismo miedo a Dios, así como también la idea y el sentimiento de separación con Él y con todo lo que existe. Uno de los llamados del autor en algunos de sus libros es acelerar la transición desde la organización patriarcal de nuestra mente hacia una organización heterárquica centrada en la tríada Padre, Madre e Hijo. 4. Su fe en la educación y la re-educación. Cree que la raíz de este mal se encarna y prolonga en la educación en general y en nuestro modo de enseñar. Propone una contraeducación que permita la “curación” de la mentalidad patriarcal, que libere al individuo tanto del autoritarismo como de la conformidad, y lo haga autónomo, con capacidad de elegir, de escuchar su ser interior y de crecer en todas sus dimensiones. Ha creado el SAT a este efecto, una síntesis educadora de diversos elementos esenciales para la reeducación profunda del cuerpo, de la mente, del comportamiento emocional y psicológico, y del espíritu. Claudio Naranjo propone la educación holística, que prefiere llamar educación integral, la cual comporta la integración de los conocimientos, la integración intercultural, una visión planetaria de las cosas, un equilibrio entre teoría y práctica, en fin, una atención tanto en el futuro como en el pasado y el presente. La educación integral abarca la totalidad de la persona: cuerpo, emociones, intelecto y espíritu. Para el autor, formar terapeutas es formar educadores, y formar educadores es formar terapeutas, porque todos necesitamos lo que él llama “re-educación”. De la misma manera, es imposible para él separar la educación de las disciplinas espirituales, con el fin de no negar una parte de nuestro ser, lo que nos lleva al desequilibrio. 5. Su capacidad de análisis profundo y de síntesis integradora. Naranjo tiene el arte de sintetizar las grandes corrientes, en especial de la psicología, tales como la Psicoanalítica y la Transpersonal, que tenían tendencia a oponerse, a pesar de que la psicología transpersonal pretende integrar las diversas tendencias psicológicas. El autor no entra en guerra con ninguna corriente, ve cómo se pueden complementar e integrar. Su propuesta representa la cumbre de lo que la Psicología Transpersonal anhelaba, y él le da una contribución importante para nuestro nuevo siglo. Une el autor con facilidad –a pesar de que no es fácil–, lo espiritual a la psicoterapia, une la intuición a la ciencia, une los contrarios, pinta un panorama totalizador, holista, integrador. De la misma manera, no rechaza, no se opone, no divide, une lo más relevante de las religiones judeo-cristianas occidentales y las budistas en su diversidad, sin olvidar el Zen y el Tibetano oriental. 6. Enfatizar la verdad en un mundo de mentiras y la simplicidad en un tejido de complejidad. La originalidad del autor es verdad y sencillez, en la expresión de su propuesta, sin desatender la complejidad. Verdad porque todo lo que propone lo ha probado, trabajado, experimentado, vivido él mismo a través de su experiencia y la de sus estudiantes o discípulos. No lo ha planeado desde lo alto o lo lejano de una oficina, con mente cerrada a un amplio horizonte. Verdad porque es el fruto de una búsqueda personal y comunitaria a través de maestros, autores calificados, experiencias vividas, encuentros en diversas partes del mundo. No sólo se conforma con escribir este resultado sabio, sino que lo pone en práctica y crea los medios adecuados para que otros lo experimenten. Los SAT, privilegiados encuentros terapéuticos y “re-nacedores”, se han afinado en el transcurso de treinta años de su puesta en marcha. Si se dirigían principalmente a los psicólogos y terapeutas, ahora se está invitando cada día más a los profesores, maestros, educadores en general y, evidentemente, a los padres de familia. La idea de Claudio Naranjo es ofrecer a toda la juventud –con la escuela o sin la escuela– una formación digna de ella, y no en contra de ella. “El hombre no es una hoja en blanco sobre la cual la cultura puede escribir su texto”, escribió Erich Fromm. Antes de enseñar cualquier materia, es prioritario el conocimiento del ser. El descubrirse es descubrir a los demás. Maravillarse de sí mismo, de su Ser supremo, es maravillarse de los demás y del entorno natural. Respetar la naturaleza humana y su entorno ecológico tiene este precio. Claudio Naranjo es directo, subraya nuestra hipocresía colectiva al repetir o escribir la cita que veneramos en la escuela: “Conócete a ti mismo”, asociado a la figura y misión de Sócrates. Pues, de hecho, el auto-conocimiento no tiene ningún lugar en nuestra práctica educativa, a pesar de que es curativo de por sí: nos libera de la compulsión a la repetición y del condicionamiento emocional y así permite un proceso de liberación con el fin de reconocer el Ser verdadero. La verdad, sí, es compleja pero no complicada, conduce a la médula, se expresa, se vive y se enseña con simplicidad. Así lo hace el autor, quebrando las distorsiones y el ridículo miedo a hablar simplemente de la Esencia, de nuestra esencia: el amor. Lo que conocemos sobre todo es el camino contrario al amor, que sabe a infierno y se expresa en lo cotidiano: enemistad, guerra, pleito, ira, miedo, descontrol, depresión y tristeza. Esencia, explica Maslow, retomando a Suzuki, es lo mismo que conciencia unitaria, lo mismo que “Vivir a la luz de la eternidad”. De hecho, en escuelas públicas como también privadas, se confunden las palabras: religión y esencia del Ser es vocabulario prohibido, reemplazado por un disfraz de la verdad, así que tenemos deformaciones desde el comienzo de nuestra escolaridad, pues, a los educadores se les educó de la misma manera. Así que nuestro mundo se muere de sed. No tenemos otra alternativa que morir o resucitar desde ahora. Es la invitación del autor con los SAT: dar capacidad de elegir el camino, abrir conciencia. Su pedagogía está también basada en la verdad y la simplicidad. Aprender a ser no impide aprender a hacer, pero lo supera. Es saber poco a poco quién soy y lo que me impide serlo, lo que él llama el auto-conocimiento, y Naranjo sugiere medios o prácticas que permiten esta sabiduría superior, como la superación de conductas repetitivas y nefastas. 7. Atreverse a hablar del Corazón del corazón. ¿Quién se atreve hoy a hablar del amor en un libro serio y, además, de amor en la educación, sino Claudio Naranjo?. En años o siglos pasados, este hecho hubiera hecho sonreír, hoy empieza a ser un asunto de una importancia que no se puede negar. Propone una educación centrada en el ser y el no-hacer, o sea en el corazón. Es realmente una nueva cultura, porque aunque existía esta enseñanza, no la hemos entendido ni practicado realmente. Pues el amor toca el fundamento de nuestro ser. No se puede buscar al ser a través de la ciencia y la filosofía, sino a través de algo superior, vivencial, en lo que teje cada fibra de nuestro ser: el amor. En la escuela en general se desatiende el campo de lo afectivo y devolvemos al mundo “individuos fijados en pautas infantiles” que se expresan a través de la conducta, los sentimientos y los pensamientos. Está lejos de ser una educación centrada en la plenitud del desarrollo. ¿Cuándo la escuela nos ayuda a desarrollar nuestra capacidad de amar? para hablar de nuestro esencial don o tejido interior. Ni siquiera existe una pedagogía del amor en nuestros programas educativos para profesores. Y como afirma el autor: salud y amor son inseparables, tanto para sí mismo como para los demás. La salud mental conlleva la capacidad de amar. Claudio Naranjo considera que una nueva orientación hacia el cultivo del amor y la compasión, es el factor específico que puede poner fin a la situación en que el individuo es una consecuencia irremediable del pasado. Subraya que todos los males, problemas emocionales, neurosis, provienen de una frustración de nuestra necesidad de amor en la niñez, y este hecho nos ha desconectado del Ser. Recibir amor, advierte, no basta para encontrar al ser perdido. Ayudar a restablecer el vínculo amoroso con los padres permite el reencuentro consigo mismo. También habla del “camino del amor”. Invita a curar nuestra frustración del amor, abandonar la búsqueda de ser, y dedicarse a Ser. Concluyendo este ensayo puedo decir que Claudio Naranjo no busca para nuestra época actual un método para educar “mejor” por medio de reformas, pedagogía renovada, cambios en lo que ya es obsoleto, sino para re-educar, para re-centrar, a los profesores en primera instancia, en lo que es la finalidad de la educación, en lo esencial y no en lo general, en el ser mismo y no en los artefactos, en la esencia del ser y no en la falsedad del ego que hemos nutrido exageradamente por generaciones, lo que ha provocado sólo frustraciones, desviaciones e infelicidades, como podemos constatar al mirar nuestras realidades cotidianas. Propone una educación que parta de la realidad de hoy, que nos salve de nuestro infierno creado, que apunte a nuestros sufrimientos pecaminosos, que nos anime a emprender nuestro desarrollo personal y social, y que también destape y resucite al espíritu enterrado bajo inutilidades, escombros, basuras podridas, para que así, superando el miedo, dejemos fluir y florecer la evolución de nuestra naturaleza y de la que nos rodea. En síntesis, propone una educación realmente transformadora, como lo indica el título de este libro, es decir una educación salvífica, holística, integradora que tenga en cuenta tanto las partes del ser como su unidad. Este libro es el camino del propio autor, es una síntesis de un buscador incansable al servicio de la humanidad partiendo de la medicina del cuerpo, pasando por la medicina de la profundidad de la mente, y llegando a la medicina supra-mental, la del espíritu, siendo médico del alma o mejor dicho médico integral. Su libro es revelador de su propia evolución y de su entrega a la humanidad en todas las facetas del ser. Corona la búsqueda, la lucha y la entrega a sus discípulos y al mundo mismo a través de sus cada vez mayor numero de lectores y participantes al SAT. Me siento optimista frente a este cambio en nuestro mundo, que se expande ya en todos los países, gracias a los viajes de Claudio Naranjo –a pesar de que todavía fuera de las instituciones públicas–, porque se percibe la sed de numerosos educadores y terapeutas, quienes en parte trabajan en instituciones públicas, se ve el esfuerzo de transformación de unos cuantos en este planeta, se experimenta el uso sabio tanto de las antiguas como de las nuevas técnicas centradas en el desarrollo humano que proporcionan estos encuentros dirigidos por el autor, silencioso, pero efectivo. Sin embargo, a unos cuantos, se nos hace lento el cambio comparado con la expansión veloz de la locura destructiva del no-amor y de la anti-sabiduría en nuestro planeta. ¿Quién ganará? ¿David o Goliath? Depende mucho de la pasión en el corazón, del compromiso efectivo, de la entrega incondicional y de la vida transparente de los David, guiados por maestros de la estatura de Claudio Naranjo. Si la nueva física nos hace decir que “El ser humano es un maravilloso holograma que se contiene a la vez a sí mismo y a todo los demás” (Culioli), entonces se puede concluir que si unos cuantos se atreven a crear el camino, tarde o temprano todos lo emprenderemos





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